La dramática historia del timonel del Belgrano.


(http://losandes.com.ar/) Daniel Omar Agüero (53) estaba al timón del crucero hundido por un submarino inglés. Sobrevivió dos días en una balsa hasta que fue rescatado. Textos: Federico Fayad - Fotos: Marcelo Ruiz


imagenPor primera vez cuenta su historia de un hecho en el que murieron 323 marinos argentinos: “Hay que darles a los ex combatientes una verdadera fiesta patria por Malvinas”, reclama.

Un símbolo reluce en una de las paredes de un living comedor, retratado en un cuadro impecable. Es la casa del mendocino Daniel Omar Agüero (53), el último timonel del crucero ARA General Belgrano, el retratado en su hogar, hundido el 2 de mayo de 1982 a un mes exacto del comienzo del enfrentamiento bélico por la recuperación de las Islas Malvinas.

En un rincón de la vivienda también se ven los reconocimientos por aquella gesta, una bandera argentina, algunas medallas por haber salvado la vida, por representar a la Nación, por resistir.
Mientras, Daniel prepara café. Tiene gestos lentos, siempre serviciales. Viste de manera sencilla, una chomba blanca y un jean. Pero hay algo que llama la atención: un cinturón de cuero con la imagen de las islas repetidas dos o tres veces. “Generalmente, no me gusta usar medallas, ni esas cosas. Pero el cinturón sí”, asegura.


En guardia

No pisó nunca las islas, pero son su faro constante. Igual, luchó por ellas como el resto de los 1.093 tripulantes de la embarcación que se hizo a la mar en la década del 30  bajo el nombre de USS Phoenix y perteneció a la marina norteamericana. “No he contado la historia porque nunca me buscaron”, dice. “Creo que en 1983 me hizo una nota Los Andes (el peregrinaje para conseguir empleo de Agüero y de otros ex combatientes fue reflejado en la edición del 18 de agosto de 1984), pero nada más”, agrega.

Hoy es su oportunidad. Ésta es la historia. “Salimos desde la base puerto Belgrano el 16 de abril. Se vivía una vida de camaradería y conocimiento porque había mucha gente nueva. Se escribían cartas. Era como que uno iba preparándose”, comienza. Después el crucero siguió hasta Ushuaia, se aprovisionó y siguió rumbo al sur de las islas Malvinas.

 “Yo era timonel de maniobras y de combate. Ese día, el dos de mayo, a las 15.45 me había tocado la guardia en reemplazo de un cabo principal. Veníamos del sur de las Malvinas hacia el continente”, cuenta mientras se acomoda en la silla del comedor con el mate en la mano.
En su relato por momentos las palabras se atropellan. “Es difícil transmitir lo que uno vivió”, contextualiza. Pero continúa: “En la madrugada del domingo -el día del hundimiento- veníamos escoltados por (los buques) Piedrabuena y Gurruchaga. Cuando yo tomé la guardia ya no nos custodiaban”, apunta. Este dato es importante, ya que eran los barcos que podían detectar por radar al submarino que los venía siguiendo -HMS Conqueror- y que sería el punto de partida de los dos torpedos que impactaron en el Belgrano.

Agüero, en ese momento estaba solo en el puente acorazado, después llegaría la oficialidad. “En el momento del ataque yo lo timoneaba, a las 16.01, el barco estaba sellado, pero sin cubrir los puestos de combate. Yo sentí un zarandeo para todos lados y pensé que habíamos tocado una mina. Luego vino el otro impacto, en el lado de las hélices”, describió el padre de Maxi (28), Marcia (24) y Mariano (16).

Los minutos posteriores fueron destinados a mantener a flote el barco. Así comenzó el proceso de ordenamiento para evitar el hundimiento. “Con los teléfonos inalámbricos trataba de comunicarme con el timón manual, en popa, pero no contestaba. Se escuchaban gritos de desesperación de lo que ocurría abajo, pero no se veía nada”, graficó mirando de reojo la pintura en la pared, como si con ese gesto quisiera sacarlo, aunque sea por unos segundos, del fondo del Atlántico.

Abandono

Cerca de las 16.20, poco más de 20 minutos después del ataque inglés, el capitán del crucero, Héctor Bonzo, ordenó abandonar el barco ante el evidente hundimiento que sucedía en medio de una tormenta. “Recuerdo que agarré elementos de orientación que luego se iban a usar en la balsa”, precisa. “Era una situación límite que se resolvió bien. La prueba es que de 1.093 tripulantes murieron 323”, admite optimista.

Agüero corta el hilo de su relato para contar que él ha sido un bendecido. Dio la vuelta al mundo en la Fragata Libertad, conoció 26 países y vivió numerosas experiencias, entre ellas la de haber estado en la base de submarinos en Leningrado, de la ex Unión Soviética. “He visto -he aquí la repentina unión de ideas- cosas increíbles. Por ejemplo, veía al Belgrano subir y bajar. Veía cómo la proa caía en el vacío y una masa de agua que se le venía encima. Escuchaba el sonido de las hélices en el aire.”

Probablemente, el abandono del barco y las imágenes de esa mole hundiéndose en un profundo y frío océano son recuerdos comparables. “Bajé del Belgrano cuando estaba escorado a la altura de la cubierta principal. Ahí me quedé solo en la balsa. No salté ni me fui a otra por miedo o porque el agua estaba fría, no recuerdo”, desliza con sinceridad confidente.

Y sigue con un momento dramático: “En la balsa me di cuenta de que me estaba yendo hacia la proa del Belgrano -que seguía en franco descenso- porque me iba absorbiendo. En eso, mientras subía un marinero que estaba en el agua cayó un baldazo de agua que nos separó. Por eso hoy estoy acá”, afirma y agrega en tono ceremonial: “El crucero tuvo el honor de hundirse vuelta campana -es decir con la quilla mirando al cielo- porque si se hubiera ido de proa o de popa la absorción me hubiera llevado”.

Después, todo fue frío y oscuridad. Cada tanto, Agüero y sus acompañantes recogían a otro náufrago. Así llegaron a ser 20 tripulantes -de los cuales, Agüero era quien estaba a cargo por su antigüedad- sumando a una persona más que no había sobrevivido.

A las 17, el crucero vio la luz por última vez: “No había ningún procedimiento y todos estábamos desparramados. Pero fue como si nos hubiéramos puesto de acuerdo. Todos gritamos desde las balsas ‘viva la Patria’ mientras se escuchaban las explosiones por debajo del agua”.

La balsa de Agüero no fue rescatada hasta el 4 de mayo por lo que fue dado por muerto ya que pasaron dos días desde el hundimiento. El bote había tomado dirección rumbo a África -es decir hacia el este- y por este motivo sus tripulantes demoraron más de lo normal en ser auxiliados.

Con emotivas palabras dice: “Recuerdo que al momento del abandono del Belgrano la tormenta era tan grande que nos pegábamos la cabeza contra el hombro para protegernos. A veces veíamos luces rojas y pensábamos que nos venían a rescatar, pero no era así. Finalmente, nos vio un avión y luego un helicóptero. Más tarde, llegó el Piedrabuena”.

Salir a flote

Llegó a Mendoza el 8 de mayo tras haber pasado por Ushuaia y Bahía Blanca. Un año y medio más tarde, el 25 de diciembre de 1983, Agüero hizo su última guardia y un día después regresó a Mendoza dado de baja. Si bien tenía una oferta para ascender a cabo primero, decidió volver a su provincia con una supuesta oferta de trabajo del gobierno local.

Pasó por el Banco Mendoza e YPF donde dejó su currículum, pero nunca obtuvo respuesta. No conseguía trabajo y tuvo que salir a vender pan casero -ya había trabajado en una panadería antes del ejército- por las calles del barrio La Gloria.

Después trabajó como albañil hasta que le ofrecieron un cargo administrativo. Luego fue administrador de obra y posteriormente supervisor. Finalmente, comenzó a trabajar en la empresa Genco donde actualmente es asesor de servicios.

“Es difícil transmitir lo que viví. Durante mucho tiempo me sentí mal porque no me reconocían. Lo que vivimos se puede contar, el otro puede entender, pero no va a tener las actitudes que yo espero”, dice triste.

De todas formas, luego de una situación personal muy complicada, su percepción de las cosas cambió. “Cuando me di cuenta de que el otro no vivió lo mismo que yo aprendí a comprender. Ahora lo veo como una experiencia que se lleva con orgullo”, admite.

En el ataque al crucero Belgrano murieron 323 personas. Pero muchos de los sobrevivientes quedaron profundamente marcados por la experiencia, algunos de ellos manifestando cierta culpa. Al respecto Agüero dice: “Cada uno fue con un espíritu patriótico, que era el equilibrio entre el miedo y el coraje. Por eso hay cierta culpa por haber perdido. Pero no se debe desvalorar lo que se hizo allá. Lo que se dice después es de paso”.

Para finalizar reflexiona sobre este 2 de abril: “Hay que darle a los ex combatientes una verdadera fiesta patria por Malvinas. Para reivindicar y para recordar. Para que la gente tenga conciencia de lo que pasó ahora que estamos vivos. Para que no se pierda algo que es suyo”.