Como ayudó Perú a la Argentina?


mirage_VPerú. La ayuda peruana a la Argentina estuvo en sintonía con su voto en la OEA, con su posición acerca del TIAR, con la postura del Movimiento de los No Alineados, y con el sentido común. Si bien en la OEA los únicos que abstuvieron sus votos en lugar de pronunciarse a favor de los argentinos fueron Colombia, Estados Unidos y Chile, y la Junta Militar contó con el apoyo de la gran mayoría del resto de los Estados, Perú fue su más decidido aliado. Si bien la causa más importante de su alineación fue el sincero convencimiento de la justa causa antiimperialista, existen otras explicaciones por las cuales su compromiso fue mayor al del resto.


Perú tiene un histórico enfrentamiento con Chile, desencadenado con la guerra del Pacífico, librada entre 1879 y 1883,en la cual perdió una considerable cantidad de territorio. En dicha guerra uniría sus fuerzas con Bolivia, país que resignaría su salida al mar. A partir de la pérdida de Tacna y Arica a manos chilenas, los peruanos comenzarían a llamarlas “provincias cautivas”.Hasta la fecha, los peruanos ven a sus vecinos del sur como usurpadores, y el involucramiento de Pinochet en la guerra de las Malvinas, ayudando al Reino Unido, estimuló el apoyo a la Argentina. Por dicha razón, las embajadas no escatimaban en voluntarios para pelear una guerra que veían como suya.
Por otro lado, se cree que desde los años 60 los dos países tenían
un pacto de asistencia recíproca. Pero lo que en realidad muestran los lazos militares entre los dos países es la gran cantidad de oficiales peruanos que habían estudiado en el Colegio Militar Argentino. Entre ellos se encuentra el general Luis Cisneros Vizquerra, ministro de Guerra del presidente Belaúnde, apodado el Gaucho por su apego al país donde realizó sus estudios.
Y por último, el claro vínculo militar era reforzado por el hecho de que el presidente Fernando Belaúnde Terry había pasado la primera parte de su exilio en Argentina, cuando fue derrocado en 1968.
Después de entender las razones del compromiso peruano con la causa independentista, queda por definir los detalles de la ayuda brindada.
La posición del presidente peruano es todavía más valiente, en la medida en que él sabía que una victoria argentina era casi imposible. Mientras la Junta Militar argentina pensaba que Gran Bretaña no se lanzaría a una reconquista a miles de kilómetros por unas islas en el Atlántico Sur, Belaúnde sabía que Thatcher iría a la guerra. No solo por historia, o por orgullo. Sino porque era lo único que podía salvar su carrera política, tan decadente e impopular en el espectro nacional. Posteriormente, cuando la
primera ministra anunció que mandaría todas sus fuerzas a la guerra, el jefe de Estado peruano trató de hacerle entender a la delegación argentina que había ido a su país a coordinar el apoyo peruano, sobre todo en los aspectos logístico y aéreo, que la geografía de las islas hacía imposible la defensa de las numerosas playas y bahías. Que las características terrestres de las Malvinas quitaban importancia al previo asentamiento de las Fuerzas Armadas. Y aseguraba que Puerto Argentino y otros puntos
de menor importancia eran vulnerables a un ataque británico, siendo imposible defender sus posesiones. Los argentinos, cegados por el triunfalismo y la rápida victoria que habían obtenido tras el desembarco el día 2 de abril, ante el débil contingente que defendía las islas, hicieron oídos sordos a sus advertencias. Pero Perú siguió al lado de su incondicional aliado. A los esfuerzos diplomáticos de Belaúnde para lograr la paz, se le sumaba el apoyo de su maquinaria de guerra. La Fuerza Aérea de Perú (FAP) mandaría hacia Buenos Aires diez aviones de combate Mirage M5-P, poniéndolos a disposición de las necesidades argentinas. El traslado de los mismos se hizo en el mayor secreto.                                                                                                
Para eludir los radares chilenos de Iquique y Antofagasta, y los bolivianos (aunque no representaban mucho peligro), tuvieron que realizar el vuelo desde Arequipa hacia Tandil, y de allí a Buenos Aires, a más de 33 mil pies de altura y con las radios pagadas. También fueron enviados técnicos y equipo de mantenimiento para la instrucción en el manejo de las aeronaves. La entrega de los aviones fue precedida por el cambio de la insignia, la bandera y la matrícula peruanas por las argentinas. El Comando de Materiales recibió la orden de proporcionar toda la logística necesaria para la operación de las naves y de los equipos de defensa aérea. Por otro lado, mandaron alrededor de 30 misiles AS-30 aire-tierra, misiles antiaéreos, obuses, bombas y municiones Argentina utilizaría a Perú como puente para la adquisición de materiales, como las compras de repuestos de aviones a Israel que terminaron en posesión del gobierno de Buenos Aires.
Los Mirage proporcionados por Perú eran muy importantes para Argentina, ya que, por más que poseían Super Etandart, capaces de trasladar los misiles Exocet, Mirage-3, para combate aéreo, los Dagger y los A-4 Skyhawk, con misiles aire tierra, necesitaban aviones con una mayor autonomía de vuelo. Por otro lado, los aviones peruanos de fabricación francesa eran ideales si los principales blancos eran marítimos. Eran
capaces de transportar los misiles teledirigidos AS-30, con un alcance de 15 kilómetros, que eran perfectos para atacar buques, y contaban con cañones que poseían balas con cabezas explosivas de 20 milímetros. Era una nave supersónica que podía superar dos veces la velocidad del sonido. Después de los intensos entrenamientos en espacio argentino, las aeronaves fueron capaces de entrar en combate, aunque ya era demasiado tarde. Las Fuerzas Armadas se habían rendido.
Las complicaciones en el aprovisionamiento de materiales, técnicos y aviones mostraron también la decisión del aliado argentino, ya que se relata que podría haber entrado en la guerra directamente. Cuando los aviones peruanos que se dirigían a Buenos Aires pasaron cerca de la frontera con Chile, se relata que vivieron momentos muy tensos. Un alto jefe de la FAP, hoy retirado, cuenta que los pilotos peruanos vieron acercarse interceptores chilenos. Al ver el peligro que esto significaba, le preguntaron rápidamente a la Comandancia General de la Fuerza Aérea qué debían hacer si los interceptores continuaban acercándose. La respuesta no se hizo esperar: “Dispárenles”. Los aviones chilenos no cruzaron la frontera y se mantuvieron a distancia, pero podría haber arrastrado por lo menos a dos países más al conflicto armado (Coppock: 2000).
Sin embargo, a consideración del presidente del Perú, la guerra no era la única posibilidad de victoria para la Argentina. Cuando los dos países beligerantes cortaron las relaciones diplomáticas, Belaúnde se convirtió en el representante de los intereses diplomáticos argentinos. Esto hizo que los servicios de inteligencia ingleses acosaran a la embajada peruana en Londres, y les diola posibilidad a los peruanos de realizar contrainteligencia.
En el ámbito diplomático, Perú fue, junto con Estados Unidos (aunque representaba los intereses de la otra parte), el más activo de los Estados en buscar la paz. Y así fue como su presidente llegó a promover la única iniciativa viable para alcanzarla. Pero el intento que estuvo a punto de poner fin al conflicto armado no fue el único. La aguerrida e incansable diplomacia ejercida por Belaúnde trató, desde el comienzo de lasacciones bélicas, de encontrar una solución en la que ambas partes pudieran atribuirse la victoria.
Belaúnde le comunicaría a los argentinos que había elaborado, junto con el secretario de Estado de Ronald Reagan, Alexander Haig, una propuesta en la que los mediadores depositaban una gran esperanza. El presidente de Perú debía convencer a sus vecinos, mientras que Haig haría lo propio con los británicos.

La propuesta consistía en siete puntos:
1)Cesación inmediata de las hostilidades.
2)Retiro simultáneo y mutuo de las fuerzas.
3)Presencia de representantes ajenos a las dos partes involucradas en el conflicto para gobernar las islas temporalmente.
4)Los dos gobiernos reconocen la existencia de posiciones discrepantes sobre la situación de las islas.
5)Los dos gobiernos reconocen que los puntos de vista y los intereses de los habitantes locales tienen que ser tomados en cuenta en la solución definitiva del problema.
6)El grupo de contacto que intervendría de inmediato en las negociaciones para implementar este acuerdo estaría compuesto por Brasil, Perú, la República Federal de Alemania, y los Estados Unidos de América.
7)Antes del 30 de abril de 1983 se habría llegado a un acuerdo definitivo bajo la responsabilidad del grupo de países antes mencionados.

(Bazán Aguilar, John. “Fernando Belaúnde Terry y la guerra de Malvinas”.
Revista Oiga. Perú.)

Más allá de algunos cambios que quisieron hacerle a la propuesta desde ambas partes, éstas eran insignificantes, ya que en los puntos más importantes los Estados beligerantes estaban de acuerdo. Gran Bretaña quería cambiar, en el punto cinco de la propuesta, la frase “puntos de vista” por “deseos”, en referencia a los habitantes de las Malvinas. Y Argentina propondría un actor más neutral que Estados Unidos en el grupo de
contacto que intervendría si la propuesta se aprobara.
Pero desde Argentina, se daba claras muestras de que la paz estaba bien encaminada ya que, más allá de las trabas burocráticas, y de las aprobaciones en los diferentes niveles del gobierno, el canciller Costa Méndez le daba motivos al presidente del Perú para ser optimista. En una conversación que tuvieron ambos, después de leer el texto y ser analizado, se relata el siguiente diálogo:
Belaúnde: “Dígame, Ministro, el texto de los siete puntos, de manera general, ¿es aceptable?”. Costa Méndez: “Sí, señor, siempre que se aclare que la administración local no regresa” (Moro, 1986: 221).
Después de la aprobación de la Cancillería, que se había reunido con un Equipo Especial de Trabajo en Buenos Aires, el cual estaba integrado por el brigadier Miret, el general Iglesias y el contraalmirante Moya, sólo faltaba la aprobación de la Junta Militar, que por entonces era el órgano más alto de la administración nacional.
El canciller declararía tiempo después: “El 2 de mayo, el presidente de Perú hizo una propuesta muy buena y positiva, que iba más allá de las propuestas de Haig, en el sentido de que no establecía la necesidad de restaurar la autoridad británica en las islas y no determinaba como condición previa los deseos de los isleños.
Nosotros aceptamos esa propuesta”. Y en la misma declaración, afirmaría que según Belaúnde “Gran Bretaña estaba preparada para aceptar también” (Bilton y Kosminsky, 1991: 36).
La afirmación de Belaúnde se basaba en que el 2 de mayo, Charles Wallace, el embajador británico en Lima, le entregaría la conformidad escrita de su país sobre el tratado de paz.
Sin embargo, cuando todo parecía encaminarse, se recibió la noticia de que a las 15.57 hora argentina, el submarino nuclear Conqueror había disparado dos torpedos contra el buque General Belgrano. Este controversial ataque produciría más de la mitad de las bajas argentinas en toda la guerra (649 muertos). Sobrevivirían 674 hombres, que quedarían flotando en los botes de salvamento, mientras que 368 marinos no correrían con la misma suerte.
El buque General Belgrano fue comprado a Estados Unidos después de sobrevivir al ataque japonés a Perl Harbor. Tenía en el momento de su hundimiento una considerable potencia de fuego que serviría de excusa al ministro de Defensa John Nott, a la hora de justificar la agresión a una nave que se encontraba fuera de la zona de exclusión. El ministro diría: “Este grupo de ataque de superficie fuertemente armado se encontraba
cerca de la zona de exclusión total y se aproximaba a elementos de nuestro destacamento de fuerzas, que estaba a algunas horas de distancia. Sabíamos que el crucero propiamente dicho tiene una considerable potencia de fuego, proporcionada por cañones de 15,6 pulgadas, con un alcance de 21 kilómetros y misiles antiaéreos Sea
Cat. Sumada a los destructores de escolta, que al parecer estaban provistos de misiles antibarco Exocet, con un alcance de más de 32 kilómetros, la amenaza que suponían para el destacamento de fuerzas era tal que su comandante solo podía ignorarla a riesgo de su propia vida” (Nott: 1983).
Su comandante, Christopher Wreford Brown, incrédulo de la orden que estaba recibiendo, de destruir a un barco fuera de la zona de exclusión, hizo repetir
la orden tres veces. El Belgrano estaba custodiado por dos destructores, el Piedrabuena
y el Bouchard, que los seguían a todas partes. Tenían la misión de protegerlo, aunque no pudieron hacer nada. Los tripulantes no se encontraron alerta hasta que se les avisó del
peligro de un submarino inglés. Debido a esto, se les ordenó dirigirse a aguas poco profundas, situadas en el banco de Burdwood, todavía más lejos de la zona de exclusión. El capitán Héctor Bonzo relata la situación: “Nuestra misión era patrullar
la zona del Mar Argentino, es decir, al sur de las Malvinas (...) Navegábamos en todo momento fuera de la zona de exclusión, nunca más cerca de 35 o 40 millas”. Una vez que se encontraron en aguas poco profundas, contó que “la calma había sucedido
a la tensión de los tripulantes, ya que al alejarse de la zona de probable conflicto, por orden superior, y hallándose fuera de la zona de exclusión total, consideraban que el peligro había pasado, al menos por entonces” (Bilton y Kosminsky, 1991: 70).
El hecho de que la nave hundida estuviese fuera de combate en el momento en que el gobierno de Londres dio la orden, provocó cuestionamientos a la primera ministra por parte de sus compatriotas, e indignación entre los argentinos. El hecho es que o Gran Bretaña en realidad no aceptaba los términos del acuerdo, pero no quería ser quien lo rechazase, o pretendían llegar a la paz después de aumentar considerablemente las bajas del enemigo. Lo cierto es que la propuesta fracasó por pocas horas entre el fatídico hecho y la respuesta de ambos países. Argentina rechazaría una paz que ya no podría disfrazar de victoria, y trasladaría las conversaciones de paz a las Naciones Unidas.
Pero este no fue el último intento peruano en evitar una derrota argentina. Cuando un avión argentino burló un radar inglés, hundiendo el Sheffield con un misil Exocet, las partes mediadoras consideraron que era el momento para relanzar la propuesta de paz. Tanto Haig como Belaúnde creyeron que el hecho de que estuvieran empatados “uno a uno”, en referencia al Belgrano y al Sheffield, le daba fuerza a la posibilidad de un
acuerdo. Según Belaúnde, “un arreglo no era indecoroso de ninguna manera y el hundimiento del Sheffield era la ocasión propicia”.
Esta segunda mediación planteaba también la necesidad de detener todas las operaciones militares, y retirar ambas fuerzas a través de un puente aéreo. Los peruanos trasladarían a batallones argentinos a su país, mientras que aviones norteamericanos llevarían a los ingleses a Chile. Estaba todo arreglado, pero Belaúnde acusaría posteriormente “dilaciones y falta de decisión ”para que la solución pacífica fracasara nuevamente (Bazán Aguilar).
Un último intento sería recordado por el entonces presidente peruano: “Queriendo evitar la batalla de Puerto Stanley o Puerto Argentino, ahí nosotros tuvimos una actuación desesperada para tratar de que no se produjera. Pero esta última iniciativa se frustró porque el tiempo nos ganó”. Con el tiempo, los años se llevaron muchas de las pasiones que por ese entonces gobernaban las opiniones y acciones de propios y ajenos, pero Belaúnde quedaría con la conciencia tranquila: “Estoy satisfecho de lo que hizo el gobierno, sobre todo porque era una cuestión de fraternidad americana y porque se le pudo evitar a la Argentina todo lo que ocurrió” (Bazán Aguilar).